Ocurrió hace más de cincuenta años, en lo profundo del campo de la zona costera del país.
Allí se había formado una pequeña comuna, cuya principal fuente de
ingresos era la agricultura. Sus habitantes disfrutaban de la paz que
con esfuerzo lograron conseguir. Todos se conocían y apoyaban en lo que
podían. Sin embargo, las apariencias ocultaban la terrorífica realidad
que vivía el pueblo, consumiéndose lentamente en la mentira e
hipocresía.
Una noche, Ofelia salió en busca de su esposo Saúl, pues desde la
mañana no regresaba de su trabajo en la hacienda “La Virginia”. El
zumbido de los mosquitos era evidente a cada paso que daba mientras se
adentraba en las plantaciones de la finca. De pronto, los gemidos de una
mujer detuvieron su marcha. Por un instante, el terror se apoderó de
ella y pensó en retornar, pero los lamentos se volvían más intensos.
Tomó aire y continuó.
Al acercarse vio extrañas siluetas moverse, fue cuando descubrió a su
esposo en amoríos con Alejandrina, mujer de belleza hipnótica, conocida
por todos como religiosa y puritana.
Los rumores de la infidelidad llegaron tan rápido, que cuando los
gallos cantaron al amanecer, la gente sabía de la verdadera cara de
Alejandrina, quien no pudo escapar de ser atada a un árbol en medio de
la plaza.
La pasividad del lugar fue rápidamente devorada por el repudio de las
mujeres, quienes con gritos de “arrastrada” empezaron a lanzarle
piedras a la pecadora. Fue en esos momentos que los hombres del lugar
tomaron a cada una de sus mujeres impidiendo que la tortura continúe.
“¿Por qué la defienden?”, gritó una de ellas. La voz de Saúl se oyó
fuerte cuando respondió, “porque no fui el único que gozó de los
placeres de Alejandrina”. Aquella mujer que irradiaba aires de estricta
en sus convicciones morales, en la clandestinidad vendía su cuerpo
complaciendo a todos los hombres del pueblo. Hasta don Aníbal, el más
respetado veterano, había pagado por sus servicios. La mayoría de las
mujeres engañadas de
cidió castigarla y expulsarla.
Pero Ofelia no se resignó con el castigo que recibió la imputada. Así
que llegó hasta la casa de doña Teresa, quien era famosa por leer las
cartas y echarle la suerte a los pueblerinos.
Juntas prepararon un brebaje con siniestros ingredientes que
provenían de las tumbas del cementerio. Con la promesa de que dicha
bebida le aliviaría el dolor de los golpes lograron engañar a
Alejandrina, quien sin muchas opciones tomó la pócima. Casi al instante
su piel empezó a desgarrarse con desagradables erupciones que llenaron
de sangre su cuerpo. Sus piernas se fundieron en un solo miembro que
tomó forma de culebra.
Su rostro se convirtió en una espeluznante criatura con lengua de
serpiente. Solo su cabellera rubia quedó como un recuerdo de lo que un
día fue. Su maldición era vivir arrastrada por el mundo pagando su
error. Desde entonces se han registrado apariciones de lo que hoy todos
conocen como la mujer culebra.
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