Ya son dos semanas que no puede conciliar el sueño, Irene Guzmán, a sus 75 años, sufre con los avatares y dolencias propias de la edad, aunque su desvelo tiene un origen mucho más siniestro. Cada madrugada a eso de las 2:30, una imagen fantasmal se asoma por su ventana y leve mente toca el vidrio como pidiendo entrar. Irene Guzmán sabe que no es un sueño porque siente los escalofríos recorrer su cuerpo. Solo la llegada del amanecer logra disipar al espectro que no la deja dormir en paz. Las horas del día siguiente no pueden ser más angustiantes, vive sola desde que su esposo murió de un ataque cardiaco. Si nadie había logrado sacarla de su casa, tampoco iba hacerlo el espíritu que la atormentaba, así que decidió enfrentar a su mayor temor.
Para la noche había dejado la ventana de
su habitación totalmente abierta. Se acostó con los nervios
alterados y una presión arterial que no jugaba a su favor. El reloj marco la
hora acordada. Irene se recogió hasta quedar sentada de frente a la ventana, un
viento helado entro congelando el cuarto y el espíritu apareció -- no
necesitas tocar, entra -- dijo Irene Guzmán con voz entre cortada. Era
un espectro voluptuoso y al acercarse su
apariencia se clarifico como la de una mujer
-- soy tu tía Elena, la hermana de tu
padre -- aquellas palabras se clavaron en la mente
de Irene como alfileres, haciéndola recordar algo que los años se habían encargado
de sepultar en la poca memoria que retenía, o tal vez; ella
se habría propuesto olvidar.
Recuerdos de su niñez cuando su mamá apareció
brutalmente asesinada y ensacada en la orilla de la perimetral, que extrañamente su padre Don Teófilo Guzmán
se caso con Vilma, la mejor amiga de su madre. Recuerdos de la que se convirtió
en su madrastra, de los ultrajes y
maltratos que sufrió por parte de ella y de cómo su familia iba desapareciendo
uno por uno hasta el día en que trato de
matarla estrangulándola e Irene pudo
escapar de la muerte. El día en que su padre no le creyó, a pesar de las lagrimas que derramo y los moretones en su
cuello, y que para sobrevivir tuvo que huir con su tía Elena lejos de aquel infierno. -- porque me engañas espíritu del diablo aléjate
de mí – grito Irene, -- ve al cementerio general, busca la
tumba de tu padre, en el rincón de las almas olvidadas – luego de aquellas palabras el espíritu
desapareció.
Ya en la mañana, decidida a terminar con
este suplicio, se dirigió hasta el cementerio, allí encontró en medio de
fierros oxidados una carta de su padre que decía: “hija, solo cuando estuve en
lecho de muerte descubrí que Vilma, me tenía bajo conjuros diabólicos que
segaron mi comprensión, espero que no sea tarde, solo quiero decirte TE CREO. Te
quiero mucho hija de mi alma” su longevidad no impidió que llore como
niña desconsolada. Después de aquello Irene Guzmán nunca más volvió a cerrar su
ventana.