Aurora hubiese deseado desde lo profundo de su corazón que los meses
de su embarazo fueran la etapa más hermosa de su vida. Sin embargo, la
infelicidad parecía empeñarse en hacer de sus días un calvario.
Saber quién era el padre del bebé sería como acertar al número
ganador de la lotería, pues trabajaba como prostituta y había perdido
la cuenta de los hombres que pasaron por su cama. Nunca planificó a su
hijo, pero estaba feliz.
Fue en una noche de invierno, en medio de una violenta tempestad,
cuando nació Damián. Aurora vio complacida cómo abría sus ojos
descubriendo todo a su alrededor.
Aquella noche los truenos parecían sonar con más fuerza que nunca.
“Siento algo extraño en el niño”, dijo doña Olimpia, la partera de
confianza de las meretrices. Cuando colocó al bebé envuelto en sábanas
junto a su madre se percató de algo perturbador, su cabellera era color
rojizo, al igual que el tono de sus ojos, y sus uñas eran extrañamente
largas y filudas. Con el tiempo aquellas peculiaridades desaparecieron
en Damián, aunque su comportamiento se volvía cada vez más siniestro.
Por las noches, mientras su madre salía a trabajar, quedaba al
cuidado de una joven niñera. Para ese entonces ya tenía 5 años. En un
momento de descuido, el pequeño desapareció de la vista de su cuidadora,
quien desesperada comenzó a buscarlo por toda la casa. “¡Damián,
¿donde estás?!”, repetía angustiada la muchacha.
De pronto escuchó el golpeteo de ollas debajo del mesón. Lentamente
caminó hacia el lugar y, cuando abrió la pequeña puerta, vio al niño
escondido entre las sombras. “Qué haces allí, casi me matas del susto”,
dijo la niñera. “Que no me encuentre, que no me encuentre”, susurraba
Damián.
A la mañana siguiente, Aurora se enteró de lo que había sucedido.
Intrigada fue a la habitación para ver cómo había amaneciado su hijo. Al
entrar, lo halló sentado en el piso conversando como si estuviera con
alguien. “¿Con quién hablas hijo?”, dijo preocupada la madre. “Con mi
amigo Bill, mamá”.
Llorando lo abrazó y le dijo que solo estaban los dos. De pronto se
escucharon pequeños pasos y la puerta se cerró con fuerza. “Ya estamos
solos mamá, Billy se acabó de ir”, aseguró. Aurora se erizó del terror.
Había escuchado que en ocasiones los niños tienden a crear amigos
imaginarios, y que es cuestión de etapas de la edad. Sin embargo, las
cosas empezaron a salirse de control.
Días después, a su puerta tocó un vecino, quien preocupado le
pregunt
ó a Aurora si no había visto a su cachorro que llevaba horas
desaparecido. Ella negó la pregunta y con mucha pena cerró la puerta. En
ese instante escuchó el lamento de un perro que provenía del patio.
Descubrió al perro degollado y junto al animal estaba su hijo con un
cuchillo de cocina entre sus manos ensangrentadas. “¿Qué hiciste?”,
gritó angustiada la madre. “No fui yo mamá, fue Billy”, gritó el niño.
Después de aquella horrible escena, la madre entendió que su amado hijo
no era el que ella pensaba. Buscó ayuda profesional. Lo mantuvo
controlado con medicinas, hasta que llegó a la edad suficiente para
darse cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Fuerzas malignas controlaban la otra parte del joven Damián. Al
cumplir los 15 años sintió cómo su mente traspasó el límite de la razón
y se desató el deseo descontrolado por matar. Su primera víctima fue su
propia madre. La apuñaló mientras dormía. Cuando la policía llegó al
lugar, halló en las paredes, dibujada con sangre, una carita feliz y
debajo la inscripción que decía: ‘Hoy nace una nueva persona... Mi
nombre es Billy’.